Rik Van Looy y la París-Roubaix

Actualidad Ciclismo Ciclismo profesional Libros de Ruta Monumentos Nuestros libros  800px-Rik_van_Looy_1962-226x300 Rik Van Looy y la París-Roubaix Hoy hemos conocido el fallecimiento de Rik Van Looy, uno de los grandes de la historia del ciclismo. Tanto que hasta se le conoce por dos apodos, Rik II y el Emperador de Herenthals. Due el primer ciclista en hacerse con los cinco Monumentos, aunque por aquel entonces no gozaban del estatus que tienen ahora. No obstante, sus más de 400 victorias le avalan. Una cifra inalcanzable hasta que llegó, cómo no, Eddy Merckx.

Para conocer mejor qué tipo de ciclista era y cómo se las gastaba, hemos recuperado para este blog un extracto del libro Monumentos de Peter Cossins, en el que se cuenta cómo consiguió Rik Van Looy su primera victoria en la París-Roubaix, así como unas ediciones posteriores:

«A pesar de que esto fuera culpa, en parte, de la mala fortuna, el principal problema para Van Looy era que su clase y fama siempre le obligaban a tomar la salida como uno de los grandes favoritos, con lo que casi nadie se mostraba dispuesto a colaborar con él. Además, la enorme impredecibilidad de la Roubaix hacía que “La Guardia Roja” de Van Looy (ciclistas a los que Faema fichaba para cumplir con cualquier misión que su líder les encomendase, lo que, en esencia, les hacía supeditar sus opciones en las clásicas siempre a las de su líder), era incapaz de implementar su estrategia clásica, consistente en poner un ritmo tan alto y durante tantos kilómetros como les fuera posible, drenando las fuerzas de los rivales de Van Looy antes de que este descerrajara el tiro de gracia. Aunque no era una táctica espectacular, desde luego que resultaba efectiva. Van Looy se defendía diciendo: “Cuanto más dura se haga la carrera, menos oportunidades de vencer tendrán los ciclistas de menor nivel”.

La estrategia dio sus frutos, por fin, en 1961. Faema mantuvo un ritmo alto y Van Looy, vestido con el maillot arcoíris de campeón del mundo, se vio en una posición inmejorable para intentar los movimientos más peligrosos sin comprometer sus opciones. Al llegar al velódromo junto a otros cinco ciclistas, sería Émile Daems el rival de quien más debía preocuparse. Negociando la última curva Van Looy consiguió la trazada interior, haciendo prevalecer esta posición al derrotar a los rivales por una bicicleta. “¡He ganado la París-Roubaix! ¡He ganado la París-Roubaix!”, repetía una y otra vez. “Soy el hombre más feliz del mundo” Al ser preguntado si su objetivo pasaba ahora por defender su maillot de campeón del mundo, respondió: “¿El Mundial? ¡Pero si acabo de ganarlo!” Tras quitarse un peso de encima como aquel, Van Looy completaría un mes después el repóker de clásicas al vencer en Lieja.

Tras una segunda victoria en la Roubaix de 1962, esta vez en solitario, Van Looy debió completar el triplete, pero durante la vuelta final cometió un error imperdonable al subir por el peralte para aprovechar la aceleración de bajada en su embalaje a la línea, pero permitiendo con ello que Daems entrase por su interior y le arrebatase el título. Esta sería la séptima victoria belga sucesiva, tercera vez consecutiva en que ciclistas de este país copaban las tres plazas del podio. Sin embargo, mientras los medios franceses se preguntaban, de nuevo, por el motivo por el que sus ciclistas eran incapaces de luchar contra los belgas, como habían hecho durante los años previos a la guerra, los organizadores de la carrera se enfrentaban a un problema de mucho mayor calado.

Cuanto más avanzaba la mejora en la red de carreteras menos sectores de pavés quedaban disponibles para el paso de la París-Roubaix. Estaba llegando a un punto en el que la carrera se encontraba en claro peligro de caer en la intrascendencia en casi todos los aspectos, excepto en su longitud; casi se estaba convirtiendo en una versión primaveral de la París-Tours. Esto quedó todavía más de relieve cuando, en 1964, Peter Post se convirtió en el primer vencedor holandés, consiguiendo una velocidad media récord de 45,131 km/h sobre 265 km, en los que el pavés era poco más que el cimiento sobre el que se extendía el asfalto. Durante los siguientes 12 meses aumentó el ritmo de pavimentación, a pesar de que, tanto los organizadores de la carrera como los grandes ciclistas expresaran su preocupación. Cuando aquel año Van Looy completó el triplete de victorias, los tramos de pavés se habían visto reducidos hasta unos pírricos 22 km. En otras palabras, la longitud adoquinada sobre la que se corría ahora era menor al diez por ciento del trazado.

El director del trazado, Jean Garnault, alertó de que, a menos que se hiciera algo para preservar el pavés, en cuestión de cuatro años apenas quedaría ningún tramo en los últimos 45 km. Se reunió con representantes del departamento regional de viales y puentes para transmitirles su preocupación, pero esta cayó en saco roto. De común acuerdo con casi todos los representantes electos de la región, este departamento aspiraba a ofrecerle a los conductores locales la mejor red vial que fuera posible, lo que significaba que seguirían vertiendo alquitrán sobre los infernales adoquines de una carrera a la que contemplaban con desdén, dada la imagen negativa que, según consideraban, ofrecía de la región del norte.

A pesar de que la carrera sufría la castración parcial del desafío que representaba, su estatus y la lista de vencedores seguían siendo tan lustrosos como siempre. Van Looy describiría su éxito en la edición de 1965 como “la victoria más bonita de toda mi carrera”. El implacable belga llevaba tres temporadas sin hacerse con ninguna clásica y, con 32 años de edad, había quien ya lo daba por acabado. Secundado por la leal actuación de Edward Sels, quien para muchos fue el hombre más fuerte aquel día, Van Looy atacó a diez kilómetros de meta, saltando desde el grupo. Noël Foré salió a su rueda, pero pincharía casi de inmediato, permitiendo a Van Looy disfrutar de una segunda victoria en solitario en el velódromo.

Hubo quien se preguntó si Van Looy había derramado unas lágrimas durante la llegada. El Emperador de Herenthals (por la pequeña población belga en la que vivía) lo desmintió, pero en la meta se mostró mucho más locuaz de lo que era normal en él, subrayando lo emocionado que estaba. “Si mi ataque no hubiera funcionado, Ward Sels habría contraatacado sin dejar que me recuperase. Y no queda duda de que entonces habría sido él quien ganara. Digamos que esta vez la suerte ha caído de mi parte”, diría Van Looy en una atípica confesión».

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.