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¿París-Niza o Tirreno Adriático? Un repaso literario a las dos vueltas míticas de inicio de temporada

Ciclismo profesional Libros de Ruta Merckx Nuestros libros  ParisNice_TirrenoAdriatico_modified-300x96 ¿París-Niza o Tirreno Adriático? Un repaso literario a las dos vueltas míticas de inicio de temporada Esta semana arranca un doble espectáculo ciclista que para muchos aficionados y corredores marca el verdadero inicio del calendario de competición en Europa: la París-Niza y la Tirreno-Adriático. Dos pruebas de una tradición enorme, con recorridos y atmósferas propias, que se celebran casi en paralelo y ofrecen, para quien las siga con atención, una radiografía de cómo llega el pelotón a este primer gran bloque de la temporada. Por un lado, la llamada “Carrera del Sol”, con su llegada inconfundible a la Costa Azul, y por otro, la prueba italiana que parte del Mar Tirreno y culmina en el Mar Adriático. Hoy queremos reflexionar sobre estas dos carreras y la importancia que adquieren en el calendario ciclista. Y, para hacerlo, nos apoyamos en tres libros que editamos y en los que estas pruebas tienen bastante protagonismo: “El ciclista secreto”, “Thomas Dekker. Mi lucha” y “Merckx. Mitad hombre, mitad máquina”.

La Carrera del Sol, según El ciclista secreto

Si hablamos de la París-Niza, no podemos eludir su fama de dura y cambiante. A menudo se la asocia con imágenes de ciclistas empapados y helados, luchando contra un viento desapacible. En El ciclista secreto (una obra que ofrece una perspectiva abierta y muy personal sobre el día a día del profesionalismo), aparece una descripción contundente:

«Para los corredores de las grandes vueltas, marzo es sinónimo de París-Niza. Es una mierda de carrera, pero no por culpa de los organizadores. Hay mucha presión en el grupo porque todo el mundo está fresco y busca obtener resultados. Ganar o acabar entre los primeros en la general tan pronto en la temporada quita mucha presión a un corredor de cara al año siguiente y, tras pasarse el invierno entrenando, todos piensan que son el nuevo Eddy Merckx. Les hacen falta varios meses para darse cuenta de que siguen siendo los mismos que en octubre, no es que Papá Noel haya venido y les haya convertido en campeones. Todos creen que pueden ganar cada esprint y cada etapa de montaña, lo que se traduce en caídas y tensión en el pelotón. El tiempo tampoco facilita las cosas: la llaman la «carrera del sol», pero el tiempo suele ser horrible. La Tirreno-Adriático suele celebrarse en la misma época y, si yo pudiera elegir, preferiría participar en esta. Siempre es divertido correr en Italia: buena comida, buen café y la afición es magnífica».

Ese contraste entre la romántica denominación “Carrera del Sol” y la crudeza meteorológica es, seguramente, el rasgo más característico de la prueba francesa en su arranque. A muchos corredores les motiva la idea de rodar rápidamente rumbo al Mediterráneo, de sacudirse el óxido del invierno, de pelear en etapas cortas pero intensas. Pero esa presión por destacar tan pronto puede ser un arma de doble filo. En ese mismo libro encontramos también uno de los testimonios más duros y, a la vez, cotidianos de lo que puede suponer la París-Niza para un ciclista: llegar frío, calado hasta los huesos, extenuado, y encima extraviarse en busca del hotel, sin apoyo inmediato del equipo:

«Uno de los peores días de mi carrera fue en la París-Niza. Era una etapa muy larga, hacía mal tiempo y al final nos quedamos tan descolgados que llegamos a veinte minutos de los líderes, rodando con un viento de cara terrible. En la meta, el equipo me dijo que el hotel estaba a cuatro o cinco kilómetros y que llegaría antes si iba en bici, porque había mucho tráfico. Me pareció bien, pero lo único que me dijeron fue que era un hotel de la cadena Mercure. Comencé a seguir las señales del hotel y cuando llegué al que creía que era mi destino, vi que había otro equipo allí, no el mío. Uno de sus mecánicos me dijo que había dos hoteles Mercure en la ciudad y que mi equipo estaba en el otro, a cinco kilómetros. Llegué de noche y totalmente empapado. Era a principios de marzo, por lo que también hacía frío, y tras seis o siete horas en mi bici estaba totalmente agotado y cabreado. Estaba furioso con el auxiliar que se había olvidado de darme las señas, pero cuando vi que había comida, se me olvidó por completo el motivo de mi enfado».

Este fragmento, además de su anécdota casi tragicómica, subraya la realidad diaria del ciclista: tras la épica de la televisión, hay una logística a veces descuidada, un cansancio que puede volverse feroz si se suma el infortunio, y una relación amor-odio con la propia prueba. No es extraño que algunos ciclistas hayan considerado la París-Niza como un examen obligatorio, pero ingrato.

La Tirreno como alternativa «divertida»

Lo dice «el ciclista secreto»: “Si yo pudiera elegir, preferiría participar en esta. Siempre es divertido correr en Italia: buena comida, buen café y la afición es magnífica”. La Tirreno, efectivamente, compite en fechas e incluso en prestigio con la París-Niza. A menudo se ha dicho que la carrera italiana tiende a ser más benévola, aunque la realidad es que la meteorología y los recorridos también pueden hacerse inclementes. Aun así, ese plus de cultura gastronómica, la cercanía de los tifosi y la atmósfera del ciclismo italiano ejercen su encanto. Un corredor que la vivió de manera muy intensa y la ganó, Thomas Dekker, cuenta su experiencia en Thomas Dekker, Mi Lucha. Es un relato agridulce, pues combina la alegría de la victoria con la sombra de ciertas prácticas de dopaje que él mismo detalla en su libro. En cualquier caso, el pasaje nos muestra la sensación de poder y protección que puede sentir un corredor cuando está en plenitud de forma y el equipo le respalda:

«—Calma, calma.

La Tirreno empieza un miércoles. La mañana de la primera etapa hay un control de la UCI. Me miden el hematocrito, que da un valor de 44,5. Eso significa que no tengo problemas: siempre tengo un valor parecido a ese. Durante la competición, en cada subida, siento que voy sobrado. Sobrevivo las primeras etapas fácilmente. En el equipo se dan cuenta de que voy bien; ciclistas como Michael Boogerd, Óscar Freire, Juan Antonio Flecha y Marc Wauters me protegen del viento. En una etapa con viento fuerte y lluvia, Wauters se queda todo el día a mi lado —incluso cuando me paro a hacer pis—. Me acerca mi chubasquero, me ayuda a ponérmelo cuando ve que me estoy enredando con las mangas, me lleva hasta el pelotón. Me gusta ver que un ciclista como Wauters se sacrifica por mí. Me siento imbatible. Y no, no me siento culpable. Me engaño a mí mismo, pensando que no estoy haciendo nada desleal. Que los demás también lo hacen. Me convenzo a mí mismo de que solo he hecho lo que tenía que hacer para poder estar a la altura de los grandes, ni más ni menos.

Hay una contrarreloj a dos días del final. Todavía quedan trece corredores que pueden llevarse la victoria, y yo soy uno de ellos. En la contrarreloj derroto a todos mis contrincantes para la clasificación final. Quedo tercero, por detrás de Fabian Cancellara y Leif Hoste, pero me hago con el maillot de líder. Los dos últimos días de carrera, mis compañeros de equipo se desviven por llevarme con toda seguridad hasta la meta. Nos atacan hasta el último momento, pero nadie tiene éxito con las escapadas. En San Benedetto del Tronto, donde se encuentra la llegada de la última etapa, paso la meta con los brazos en alto. He ganado la Tirreno, por delante de Jorg Jaksche y Alessandro Ballan. Jaksche me contaría después que se había metido en el cuerpo dos bolsas de sangre que se había hecho sacar en invierno.

Tengo que ir al podio, a la conferencia de prensa. Tengo que dar la mano a los alcaldes, a los patrocinadores. Mi teléfono no deja de sonar. Me llaman los periodistas, mi familia, mis amigos. Por la noche, durante la cena con el equipo, se descorcha botella de champán tras botella de champán».

Estas líneas son, como decíamos, una mezcla de entusiasmo y cierto desencanto. Se ve la euforia de ganar una carrera tan importante en el inicio de temporada (con rivales de renombre como Fabian Cancellara o Alessandro Ballan), pero también aparecen realidades mucho menos idílicas del ciclismo de esa época. Sea como sea, confirman la relevancia de la Tirreno-Adriático: no es un simple test primaveral, sino una competición que puede catapultar a un corredor a un estatus de “favorito” de cara a las siguientes clásicas y grandes vueltas.

Una perspectiva histórica. Merckx y la París-Niza

Si hay un nombre que asoma casi inevitablemente cuando se habla de ganar desde el primer momento, ese es Eddy Merckx, prototipo de ciclista total. Merckx, en efecto, dominó buena parte de las carreras en las que participó, y la París-Niza no fue la excepción. En Merckx. Mitad hombre, mitad máquina, encontramos referencias concretas:

«En marzo de 1966 disputó la París-Niza, su primera gran carrera por etapas del año, primera en su carrera profesional. De hecho, no dejaba de ser la segunda carrera por etapas que corría en su vida, dado que en 1965 también había evitado las carreras multietapa. No estaba demasiado convencido de participar ya que acababa de terminar los Seis Días de Amberes. Su objetivo inicial no era sino correr de manera conservadora y conocer a sus compañeros de equipo. Desde el principio las señales le indicaron que tendría que luchar por su puesto: hacia el final de la primera etapa, con meta en Auxerre, salió en persecución de una escapada de tres hombres en la que estaba el líder de su equipo, Roger Pingeon, junto a Michele Dancelli y Adriano Durante. Estando a punto de contactar, Pingeon decidió no aflojar el ritmo, entorpeciendo así que su compañero se integrase en el grupo, lo que por otro lado habría igualado su desventaja frente a los italianos; por el contrario, tiró lo más fuerte que pudo. No es de extrañar que cuando por fin los atrapó, Merckx estuviera tan cansado que no pudiera más que terminar tercero.

Otra señal para el joven de veinte años llegaría en la etapa a Montceau-les-Mines. En esta terminó «el mejor entre los de atrás» dado que el cinco veces ganador del Tour, Anquetil, junto a nada más y nada menos que su gran rival Poulidor batallaron en la ascensión más dura de la carrera, la cota de cuatro kilómetros al veinte por ciento del Col d’Uchon. Merckx se hizo con el maillot blanco de líder, manteniéndolo durante una etapa; pero el momento clave llegó con la contrarreloj de Córcega, un poco más tarde. Atrapó y sobrepasó a Van Looy, quien había salido cinco minutos por delante. Ni tan siquiera lo miró mientras lo sobrepasaba. Tan solo era la segunda contrarreloj de su carrera, y la más larga. La victoria en la crono se la llevó el italiano Luciano Armani, mientras que Anquetil triunfaba en la general; pero ser cuarto tras el francés era todo un logro prometedor».

No se trataba solo de la dureza de la carrera en sí, sino de las rivalidades con nombres como Anquetil, Poulidor o Van Looy, que aportaban un componente épico a la competición. La progresión de Merckx en la París-Niza se puede seguir en la misma obra. Al año siguiente, 1967, dio un salto de calidad, pero también vivió momentos complicados en la defensa del liderato:

«El joven comenzó la temporada de 1967 ganando dos etapas en el Giro de Cerdeña, pero la primera gran carrera por etapas de la temporada, la París-Niza, fue otro momento de aprendizaje. Fue directo a «La Carrera hacia el Sol» desde Cerdeña, consiguió la segunda etapa -una victoria en solitario donde se mostró dominador por delante de todos los grandes nombres que lo perseguían- y se vistió el maillot de líder. Peugeot debería haberse limitado a defender el liderato, pero las cosas no fueron así. Dos días después, Tom Simpson atacó de manera repetida, se escapó junto a otros dieciséis ciclistas en la subida cercana a la salida de etapa en Saint- Etienne, el Col de la République; Merckx se descolgó y Anquetil, sobre todo, no mostró interés alguno en cazar. Simpson aprovechó su oportunidad, y seguramente no sea una coincidencia que Van Looy también formara parte del movimiento, combinándose con el compañero de Merckx para fastidio del advenedizo joven. Los grandes campeones se guardaban las espaldas.

Con un fuerte viento del noroeste a su favor, Van Looy, Simpson y compañía sacaron veinte minutos de ventaja al resto, mientras el Emperador lograba la etapa y Simpson el liderato. Este ataque del británico mientras Peugeot ostentaba el liderato de la carrera causó una gran controversia. Simpson se defendió diciendo que había avisado a Merckx de lo peligroso que sería que se abriera un hueco durante la ascensión, pero como Merckx no se había metido en el movimiento consideró que al menos debería haber un Peugeot en él.

J.B. Wadley estaba cubriendo la carrera para Sporting Cyclist. Su descripción de la victoria de Simpson no menciona el hecho de que Merckx estaba furioso con este, y queda claro que el británico -pese al gran bochorno de ir contra un compañero- sentía que no le quedaba otra más que mirar por sus propios intereses. Simpson era tan competitivo como Merckx, y necesitaba desesperadamente victorias tras un 1966 desastroso».

Con estas pinceladas, se aprecia cómo la París-Niza desempeñó un papel crucial en el palmarés de Merckx y en su consolidación como figura dominante. A menudo, cuando lograba ganar la “Carrera del Sol”, anunciaba una temporada pletórica.

Hoy, tantos años después, París-Niza y Tirreno-Adriático siguen despertando un gran interés. Ambas carreras se desarrollan cuando muchos nombres importantes del pelotón ya han debutado, pero aún no han mostrado todo su potencial. Quien brilla aquí se gana el derecho a soñar con las clásicas de primavera y con las grandes vueltas.

Eddy Merckx: el Caníbal del ciclismo

En el vasto mundo del ciclismo, hay nombres que resuenan con un eco especial, dejando una huella imborrable en la historia de este deporte apasionante. Uno de esos nombres es el de Eddy Merckx, un ciclista belga cuyo legado sigue reverberando décadas después de que dejara su última huella en el pelotón. En este artículo, nos sumergiremos en la vida y carrera de Eddy Merckx, explorando quién era este legendario corredor y cómo su presencia marcó una era dorada en el ciclismo.

Campeón del mundo Ciclismo Ciclismo profesional Merckx  GettyImages-712148173-Grande-202x300 Eddy Merckx: el Caníbal del ciclismo

Eddy Merckx en los Campeonatos del Mundo de 1968 en Imola. (Foto de Rolls Press/Popperfoto/Getty Images)

Los primeros kilómetros de Eddy Merckx: el nacimiento de una leyenda

Eddy Merckx nació el 17 de junio de 1945, en Meensel-Kiezegem, una pequeña localidad de Bélgica. Desde temprana edad, mostró una inclinación hacia las bicicletas, una pasión que pronto se convertiría en su destino. A medida que crecía, sus habilidades sobre dos ruedas se volvían más evidentes, y a los 16 años, ya estaba compitiendo en el mundo del ciclismo amateur.

Su ascenso meteórico en el ciclismo profesional comenzó en la década de 1960, y rápidamente se ganó el apodo de «el Caníbal». Este apodo no solo reflejaba su apetito voraz por la victoria, sino también su capacidad para devorar competiciones enteras, dominando en todos los terrenos y escenarios.

El dominio de Eddy Merckx en el pelotón

Eddy Merckx no solo fue un ciclista talentoso, sino un verdadero tirano en las carreteras. Su carrera estuvo plagada de triunfos asombrosos, abarcando todas las grandes carreras y clásicas que el mundo del ciclismo tiene para ofrecer. Desde la París-Roubaix hasta la Milán-San Remo, pasando por la Vuelta a España y el Giro de Italia, Merckx escribió su nombre en los anales de la historia ciclista con letras de oro. Como grandes hitos quedan las cinco victorias de Eddy Merckx en el Tour de Francia y en el Giro de Italia.

El precio del éxito: controversias y desafíos

Sin embargo, el camino hacia la grandeza no estuvo exento de desafíos y controversias. Merckx fue un competidor feroz, a veces polémico en su búsqueda de la victoria. Su ética de trabajo y dedicación incansable se vieron reflejadas en su obsesión por ganar, lo que generó tensiones y rivalidades en el pelotón.

Además, su carrera se vio empañada por incidentes de dopaje, que llevaron a suspensiones temporales y generaron debates sobre la integridad del ciclismo profesional en la época. Estos aspectos oscuros de su carrera no pueden ignorarse al examinar su legado, pero también sirven como recordatorio de los desafíos y dilemas éticos que enfrentan los atletas en la búsqueda de la grandeza.

El retiro y el legado duradero

En 1978, Eddy Merckx se despidió oficialmente del ciclismo profesional. Su retirada dejó un vacío en el pelotón que sería difícil de llenar. Sin embargo, su influencia no se desvaneció con su retirada; al contrario, su legado sigue vivo en el ciclismo moderno.

Merckx ha dejado una marca no solo como corredor, sino también como embajador del deporte. Después de su retirada, ha continuado siendo una figura influyente en el ciclismo, participando en diversas actividades y eventos relacionados con este deporte. Su contribución a la promoción y el desarrollo del ciclismo es innegable, y su impacto perdura en la cultura ciclista.

Bibliografía recomendada sobre Eddy Merckx

  1. «Merckx. Mitad hombre, mitad máquina» de William Fotheringham: habló con coetáneos de Merckx y aquellas personas que mejor le conocen para descubrir qué es lo que hizo que fuera invencible.
  2. «Eddy Merckx: The Cannibal» de Daniel Friebe: Este libro ofrece una visión detallada de la vida y la carrera de Merckx, explorando su impacto en el ciclismo y su legado perdurable.
  3. «Eddy Merckx. Colección mitos de ciclismo» de Javier Bodegas: Pequeña y amena obra que incluye multitud de anécdotas y una colección de magníficas postales.
  4. «Merckx 525» de Frederik Backelandt: Una obra que celebra los 525 éxitos profesionales de Merckx, esta biografía proporciona una visión completa de su carrera y su influencia en el mundo del ciclismo.
  5. «Eddy Merckx: The Greatest Cyclist of the 20th Century» de Rik Vanwalleghem: Este libro examina a fondo la carrera de Merckx, destacando sus triunfos y las circunstancias que rodearon su época dorada en el ciclismo.

Conclusiones: el legado eterno de Eddy Merckx

En resumen, Eddy Merckx no solo fue un ciclista excepcional, sino una fuerza de la naturaleza en el mundo del deporte. Su enfoque implacable hacia la victoria y su habilidad para superar desafíos lo convierten en una figura única en la historia del ciclismo. A pesar de las controversias que marcaron su carrera, su legado perdura como un recordatorio de la intensidad y la pasión que impulsa a los verdaderos campeones. En el mundo de las bicicletas, el nombre de Eddy Merckx resuena como un eco eterno, recordándonos la grandeza que puede alcanzarse sobre dos ruedas.

El día que Merckx se convenció de que podría ser invencible en Lavaredo

De todas las fuerzas hostiles a las que temen los ciclistas la nieve húmeda en las montañas es la que más los intimida. Al caer al suelo se derrite, provocando una rociada constante de agua a temperatura que roza la congelación. En un instante el ciclista se verá empapado por lo que le salta desde abajo, mientras que por encima la nieve cae sobre sus brazos y piernas desnudos, mientras el frío les quema la piel. Además del desafío que supone tener que superar pasos montañosos -algo de por sí formidable bajo temperaturas benignas- los descensos son un infierno helado, en el que unos dedos entumecidos tratan de accionar las manetas de freno sin apenas conseguirlo, mientras que las salpicaduras del suelo y los copos de nieve ciegan los ojos mientras estos intentan discernir dónde queda la siguiente curva de herradura. La hipotermia lleva al cuerpo y a la mente hasta el límite. Eso es a lo que se enfrentaron los ciclistas en la tarde de aquella decimosegunda etapa de la carrera de tres semanas que es el Giro de Italia, cuando la carrera se dirigía rumbo a Lavaredo. Aquella mañana había comenzado a llover en la salida, que estaba en Gorizia, y los estuvo empapando a lo largo de todo el día; pero cuando se acercaron a la ascensión final la lluvia se convirtió en nieve.

 

Por encima de la ciudad de Misurina, la Cima Piccola, la Cima Grande y la Cima Ovest de Lavaredo (Las Tres Cimas) se elevaban como dedos, todas ellas rondando los tres mil metros de elevación, en lo alto de la carretera militar que conduce al refugio Auronzo. Desde 1914 y hasta 1917 estas cimas habían marcado la frontera entre las fuerzas italianas y austriacas; la subida al refugio, a 2333 metros de altitud sobre el nivel del mar, se ha convertido en una de las ascensiones clásicas del Giro de Italia desde 1967. Aquel año, los ciclistas, sufriendo por unos desarrollos nada adecuados y bajo una tormenta de nieve, fueron empujados hasta la cima por los tifosi, por lo que la etapa fue declarada nula; en 1968, para evitar que se repitiera lo mismo, los organizadores pidieron a la policía que se alineara a lo largo de la carretera. Al igual que San Remo, Lavaredo es un lugar clave para el progreso del joven Eddy Merckx en los libros de récords. Aquí, ante la mayor adversidad que había visto el ciclismo de competición hasta la fecha, y a pesar de esa tormenta, Merckx consiguió cerrar un hueco de diez minutos que tenía respecto al grupo de escapados para ganar la etapa y sellar la primera victoria belga en el Giro de Italia.

Cuando llegó a las faldas de las Tres Cimas aquel día, dispuesto a subir la escalinata al Olimpo, Merckx ya sabía lo suficiente sobre el ciclismo profesional. Para un chico católico que había crecido en un pequeño suburbio relativamente cerrado en el que la conformidad lo era todo y en el que se observaban las reglas con gran severidad, el mundo del profesionalismo debió de ser todo un baño de realidad. Como amateur Merckx no había competido demasiado a nivel internacional. No conocía la agresividad común en las carreras italianas. Trataba de no entrar en chanchullos y no compraba ni vendía carreras, a pesar de que al haber ganado tantas carreras desde tan temprano podría haber conseguido una fortuna de hacerlo. Seguro que hubo ocasiones en las que le ofrecieran dinero por «perder» una carrera, pero no hay constancia de que jamás hiciera lo mismo.

(…)

En la salida de la etapa a Lavaredo, el decimoprimer día de carrera, la carrera seguía abierta. Michele Dancelli, el que había quedado cuarto en la Milán-San Remo de 1966 que ganó Merckx, era el portador de la maglia. Era un ciclista rocoso en las carreras de un día, pero como escalador era ramplón y estaba claro que lo iba a pasar muy mal cuando la carrera llegara a los Dolomitas. Merckx estaba en segunda posición, a dos minutos, y entre los favoritos -Merckx, Gimondi, Adorni, Gianni Motta, Italo Zilioli- no había aún nadie que estuviera destacado, así que llegaba el momento de que alguien de este pequeño grupo mostrase sus intenciones. «Llovía en la salida, y era una etapa larga, de doscientos cincuenta kilómetros si recuerdo bien», dice Adorni. «Una tappa mitica». Una etapa para la leyenda.

Al acercarse la penúltima ascensión, el Passo Tre Croce, parecía que un grupo de seis hombres que contaban con una ventaja de diez minutos se disputaría la etapa. Como de costumbre Merckx estaba echando humo por detrás. Todo el mundo apostaba a que Gimondi ordenaría a su equipo endurecer el ritmo desde el principio y evitar así que el belga atacara. Merckx quería ser el primero en soltar el guante, pero Adorni le advirtió que esperara. «No hacía más que repetir “no lograremos atraparlos”, pero yo le decía “espera, todavía no es el momento de declarar la guerra”. Atacó a dos ascensiones de la meta y se escapó. Le pedí al director deportivo que lo detuviera, y me dijo “¿y si me dice que no?”. Y yo respondí “pues si hace falta lo sacas de la carretera. ¡Pero haz el favor de detenerlo!”». Tras un intercambio de opiniones Merckx acabó deteniéndose, simulando un cambio de rueda para que no pareciese que se había detenido de manera deliberada. «En las Tre Croce me miró y le dije “ataca”, Gimondi salió a su rueda y reventó». Tras ello sería el propio Adorni quien saltó en pos del belga. Poco después, cuando el esfuerzo de atrapar a Merckx le pasó factura, el italiano dijo que su líder tendría que arreglárselas solo. «Soy ciclista, no una motocicleta» dijo después de llegar a meta.

Lo que se vio esa tarde en las alturas de Cortina d’Ampezzo fue, básicamente, una carrera de obstáculos, en la que Merckx se abría camino esquivando a los ciclistas que se encontraba carretera arriba, pasando a los que iban más lentos como si estuvieran parados. Ambos grupos, el de la escapada y el pelotón, estaban hechos pedazos. Giancarlo Polidori fue el último en sucumbir, a dos kilómetros de la línea de meta.

Las imágenes de Lavaredo son míticas: Merckx con los brazos descubiertos, apenas visible tras los copos de nieve que caen mientras varios centímetros de nieve se apilan en los márgenes de la carretera, y la gente en la meta cubiertos con impermeables y abrigos. Cruzó la línea, empujó a unos pocos que intentaban mantenerlo erguido y fue cubierto de mantas, todavía con los pies enlazados a su bicicleta por los rastrales. Motta y Zilioli terminaron a más de cuatro minutos, Gimondi a seis… unas diferencias increíbles para una única etapa de montaña. Gimondi, el vigente campeón y favorito tras su victoria en la Vuelta a España aquella misma primavera, apareció más tarde en la televisión italiana con lágrimas en los ojos, pidiendo perdón por haber defraudado a la gente. Los paralelismos con Coppi sobre las carreteras italianas resultaban obvios, y fueron puestos en relieve como correspondía. Los titulares del día siguiente incluían «sua majestia Merckx». Jean Bobet escribió: «Ha resucitado, dándole nuevo lustre, el concepto del campeón que funciona en todos los terrenos, lo que resulta de lo más vivificante para todos nosotros. La última generación de campeones era una generación de especialistas. Van Looy en las clásicas, Anquetil en las vueltas y contrarrelojes, Gaul en las montañas. Merckx es un campeón tanto en las pistas de los velódromos cubiertos durante el invierno, como en la París-Roubaix o en el Tour de Francia». Bobet alababa la sabiduría de Merckx, caracterizándolo como «maduro, con los pies en el suelo, sosegado y deudor de gran parte de sus éxitos a su sentido de la organización. No está disputando una temporada, sino toda una trayectoria». Y no olvidemos que aún no había cumplido los veintitrés años.

El resto del Giro fue un mero formalismo, tal y como se esperaría tras un golpe mortal como ese. Era la primera victoria belga en el Giro, pero ese pequeño logro histórico no significaba nada comparado con la importancia de la victoria para el propio Merckx. Desde que pasó a profesionales había logrado la Milán- San Remo, los mundiales y la París-Roubaix. Se había labrado una gran reputación, había conseguido un fichaje de relumbrón con el que se convertía en el líder en solitario de uno de los mejores equipos del ciclismo y su respuesta fue lograr el Giro. Lavaredo fue el momento de su confirmación. «Una victoria de lo más lógica teniendo en cuenta cómo había corrido, dada su fortaleza física, pero allí comprendió de verdad a lo que podía aspirar», dice Adorni. «Antes, cuando disputaba una carrera por etapas, no sabía de lo que su físico era capaz. No sabía qué podía ocurrir, la fuerza que tenía. Después del Giro y el Tour, hizo lo que quiso».

Fue un punto de inflexión crucial para Merckx en otro sentido: perdió su miedo a las montañas. Se dio cuenta de que ningún escalador era lo suficientemente fuerte como para amenazarlo cuando podía mantener un ritmo y velocidad; podían llegar a sacarle unos metros, pero al final estaba seguro de atraparlos. Esta era la misma regla que habían seguido tanto Coppi como Anquetil, y la misma que seguirían Hinault e Induráin con el paso del tiempo. Merckx también se dio cuenta de que el esfuerzo que le suponía neutralizar a un escalador sobre una montaña no era mucho mayor que el que tenía que hacer en el llano, recuperándose igual de rápido de ambos. Ahora sentía que podía cuidar de sí mismo en todos los terrenos. Estaba listo para el Tour de Francia.

 

Extracto del libro Merckx. Mitad hombre, mitad máquina, escrito por William Fotheringham. Conseguir el libro en ESTE ENLACE