Entradas

Lieja-Bastoña-Lieja: la Decana centenaria que desafía a los valientes

Ciclismo Ciclismo profesional Libros de Ruta Monumentos  MONUMENTOS-TWITTER-3-495x400 Lieja-Bastoña-Lieja: la Decana centenaria que desafía a los valientes Este domingo 27 de abril de 2025, se disputa una nueva edición de la Lieja-Bastoña-Lieja, la más antigua de las cinco grandes clásicas del ciclismo mundial, los llamados «monumentos«. Apodada con justicia “la Decana”, esta carrera que serpentea por las colinas de las Ardenas belgas ha sido testigo de gestas heroicas, ataques legendarios y días de gloria bajo la nieve o el sol ardiente. A tres días de su celebración, repasamos su historia desde sus titubeantes inicios hasta convertirse en el reto favorito de los fondistas más duros del pelotón.

Los orígenes de la Decana

La Lieja nació en 1892 como una carrera amateur organizada por el club Liège Cyclists’ Union. Era un experimento previo a una ambiciosa prueba de ida y vuelta entre Lieja y París… que nunca se celebró. Lo que sí sobrevivió fue aquella primera edición de ida y vuelta a Bastoña, con un recorrido de 250 kilómetros. El vencedor fue Léon Houa, un ciclista aficionado que apenas llevaba cuatro meses pedaleando y que completó el regreso con un solo pedal tras sufrir una caída. Ganaría también las dos ediciones siguientes antes de centrarse en el ciclismo en pista.

Una carrera intermitente, pero persistente

Durante sus primeras décadas, Lieja-Bastoña-Lieja fue una carrera inconstante. A veces profesional, a veces amateur, con recorridos que variaban de año en año. La falta de apoyo económico y el escaso interés mediático impidieron que se consolidara como una gran clásica. No fue hasta después de la Primera Guerra Mundial que comenzó a estabilizarse, aunque seguía lejos del prestigio de Roubaix o San Remo.

Auge tras la Segunda Guerra Mundial

Tras la Segunda Guerra Mundial, la Lieja fue ganando notoriedad. En 1951 entró en la Challenge Desgrange-Colombo, el primer intento de estructurar un calendario internacional. Esta inclusión supuso un salto de calidad. En esos años, figuras como Ferdi Kübler firmaron actuaciones memorables. El suizo ganó en 1951 tras hacer doblete con la Flecha Valona, un fin de semana en el que se impuso a leyendas como Bartali, Bobet o Robic.

Un terreno para hombres duros

Lieja no es una clásica de astucia o explosividad. Como decía Michele Bartoli, doble vencedor en los noventa, «es la única carrera en la que puedes estar seguro de que los del podio eran los más fuertes». Su trazado rompepiernas, con subidas encadenadas y descensos técnicos, no da respiro. No favorece ni al vueltómano ni al clasicómano: los enfrenta. Por eso aquí brillaron hombres como Eddy Merckx, Bernard Hinault, Moreno Argentin, Alejandro Valverde o Tadej Pogačar.

La meteorología, un rival más

Entre las ediciones más recordadas está la de 1980, ganada por Bernard Hinault bajo una nevada dantesca. El “Tejón” no solo venció: perdió sensibilidad permanente en varios dedos por congelación. Y sí, aún lo considera una de sus victorias más épicas. En otras ocasiones, el calor extremo ha sido el enemigo a batir. Como en 1922, cuando Louis Mottiat (“el Hombre de Acero”) exprimió a sus rivales subiendo el ritmo bajo temperaturas abrasadoras.

Historias de guerra y supervivencia

La Lieja no escapó al contexto bélico. Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis prohibieron que la meta estuviera en el centro de Lieja, lo que obligó a buscar una llegada alternativa en Seraing. La edición de 1943 fue ganada por Richard Depoorter. Y en 1945, Jan Engels venció en una ciudad aún marcada por los combates. El museo de la Batalla de las Ardenas, los tanques en La Roche-en-Ardenne o los monumentos a los paracaidistas en Wanne y Stavelot dan fe del peso histórico del recorrido.

Una carrera cada vez más universal

Durante muchos años, Lieja era una carrera para ciclistas belgas. Pero poco a poco su prestigio se internacionalizó. En los años 60 y 70 empezaron a ganarla corredores de Italia, Francia o Suiza. Y en el siglo XXI, con la globalización del ciclismo, se ha convertido en una cita clave para los grandes nombres del pelotón internacional.

El presente de la Decana

Hoy, Lieja-Bastoña-Lieja forma parte del calendario del UCI WorldTour. Se celebra en abril, como colofón a las clásicas de primavera. Su trazado sigue incluyendo iconos como La Redoute, la Côte de la Roche-aux-Faucons o Saint-Nicolas. El final ha cambiado con los años, pero su esencia es la misma: premiar al más fuerte en uno de los terrenos más exigentes del ciclismo profesional.

Y si queréis más sobre la historia de la Lieja-Bastoña-Lieja o sobre cualquiera de los otros cuatro monumentos, que sepáis que vuelve a estar en librerías el libro MONUMENTOS. Un libro de casi 500 páginas sobre las cinco grandes clásicas del ciclismo.

Poggio como símbolo de la Milán-San Remo

Monumentos  Direction_to_the_Poggio_di_San_Remo_-_panoramio-300x225 Poggio como símbolo de la Milán-San Remo La Milán-San Remo, también conocida como la Classicissima, es una de las carreras más emblemáticas del calendario ciclista, un verdadero hito que marca el inicio de la temporada de grandes clásicas. Desde su primera edición en 1907, este recorrido de cerca de 300 kilómetros ha supuesto un desafío de resistencia y potencia para los mejores corredores del mundo. Con el paso de las décadas, sin embargo, la carrera fue evolucionando para adaptarse a las nuevas dinámicas de la competición y a la búsqueda de un espectáculo aún mayor para el público.

Para finales de los años cincuenta, la Milán-San Remo estaba muy asociada a las llegadas masivas, en las que los grandes esprínteres encontraban el terreno ideal para lucirse. El trazado original permitía que el pelotón se mantuviera unido a lo largo de la Riviera italiana, pese a la presencia de algunas cotas (conocidas como capi), que sin embargo no bastaban para descolgar a los velocistas más fuertes. Este patrón de carrera comenzó a repetirse una y otra vez. Pero cuando en 1958 el belga Rik Van Looy consiguió imponerse en un pelotón de casi 70 corredores, con el español Miguel Poblet en segunda posición y con 60 corredores ex aequo en 10ª posición, que los jueces fueron incapaces de identificarlos con la tecnología de entonces, y al año siguinete se repetió esprint masivo con victoria de Miguel Poblet, los organizadores comprendieron que la Milán-San Remo corría el riesgo de convertirse en una prueba predecible, carente de la incertidumbre que define a los grandes monumentos ciclistas. Leer más

La épica de las Clásicas y las lecturas ciclistas imprescindibles para disfrutarlas al máximo

Libros de Ruta Merckx Monumentos Nuestros libros Sagan  2560px-Paris_Roubaix_2014_templeuve_peloton-300x199 La épica de las Clásicas y las lecturas ciclistas imprescindibles para disfrutarlas al máximo Cuando el invierno comienza a despedirse y los primeros rayos de sol asoman tímidamente en el horizonte europeo, la comunidad ciclista sabe que ha llegado uno de los momentos más esperados del año: llegan las Clásicas de Primavera. Estas carreras de un solo día, que se disputan en carreteras históricas y en escenarios tan diversos como el pavé belga, los muros flamencos o las colinas italianas, condensan la esencia más pura del ciclismo. No hay margen para errores que puedan enmendarse en jornadas posteriores, ni para reservar fuerzas con vistas a una clasificación general. Aquí, cada pedalada cuenta y cada ataque puede ser decisivo. Se trata de ciclismo en estado puro, lleno de heroicidad y dramatismo, en el que la tradición, la geografía y la pasión de los aficionados se entrelazan de forma única.

Resulta imposible no dejarse seducir por el ambiente festivo que envuelve estas carreras. En Bélgica, por ejemplo, el Tour de Flandes es casi una celebración nacional, con la gente apostada a pie de muro para animar a los corredores mientras apuran cervezas locales y ondean banderas al viento. En Italia, la Strade Bianche ha alcanzado en poco tiempo un estatus semimitológico gracias a sus carreteras de tierra y al encanto de la Toscana. Y en Francia, la temible París-Roubaix, con su infierno de adoquines, conjuga a la perfección el legado fabril del norte y el deseo de superación que define este deporte. En medio de este ambiente y de la expectación que se genera cada año, surge una pregunta inevitable: ¿qué hace tan especiales a las Clásicas de Primavera? La respuesta no solo está en la dureza de los recorridos, sino también en las historias que se han ido tejiendo a lo largo de décadas, historias escritas por leyendas vivas del ciclismo y por esas regiones que se vuelcan con pasión en cada edición.

Para los aficionados, este es el momento perfecto para enriquecer la experiencia con algunas lecturas que aporten contexto y profundidad a lo que vemos en las carreteras. En la editorial Libros de Ruta, especializada en libros de ciclismo, encontramos obras que capturan a la perfección la épica de estas carreras y la esencia de un deporte que va mucho más allá de simples cifras o resultados. Uno de esos títulos imprescindibles es Monumentos, un recorrido apasionante por las cinco grandes clásicas que todo ciclista y aficionado venera: Milán-San Remo, Tour de Flandes, París-Roubaix, Lieja-Bastoña-Lieja y Giro de Lombardía. Este libro nos revela cómo nació la expresión “Monumentos”, por qué estas competiciones son consideradas las pruebas más sagradas y qué factores históricos y geográficos han acabado moldeando sus trayectos y su mística. Sumergirse en sus páginas antes de que empiece la acción permite descubrir anécdotas legendarias, conocer a los héroes que escribieron el primer capítulo de la historia y saborear, con más intensidad, cada kilómetro que se dispute este año en carreteras ancestrales.

Ahora bien, el ciclismo no es solo leyenda ni solo monumentos. Existe también un componente humano y social que se despliega en cada carrera, donde los ciclistas pasan horas encerrados en el grupo, negociando relevos y protegiéndose del viento. Esa faceta más íntima aparece reflejada en otro libro muy recomendable: Pelotón, hogar. La carretera es un espacio efímero en el que se gestan alianzas pasajeras, se escriben códigos tácitos y se comparten sacrificios y celebraciones. Leerlo es adentrarse, a través de cuentos de ficción llenos de realismo, en un microcosmos que late al ritmo de las pedaladas y que nos ayuda a entender por qué, aunque cada uno defienda un maillot distinto, todos forman parte de la misma comunidad.

Hablar de clásicas es también hablar de Bélgica, territorio sagrado para los amantes de la bicicleta. Y mencionar Bélgica implica pensar, de forma casi inevitable, en Eddy Merckx, el corredor que revolucionó este deporte a finales de los sesenta y durante la década de los setenta. Conocido como “El Caníbal”, Merckx no solo cosechó victorias en grandes vueltas, sino que también reinó en buena parte de las clásicas, dejando un palmarés tan extenso que parece insuperable. Para entender la dimensión de su figura, pocas lecturas resultan tan reveladoras como Merckx, mitad hombre, mitad máquina. A diferencia de las típicas biografías que se limitan a enumerar triunfos, esta obra se sumerge en la mentalidad de un corredor perfeccionista y exigente consigo mismo, capaz de transformar el ciclismo en su vida y su vida en ciclismo. Con su historial de conquistas en Monumentos, su obsesión por entrenar y ganar, y su aura casi sobrehumana, Eddy Merckx encarna la tradición belga mejor que nadie. A lo largo de los años, él mismo se convirtió en la gran referencia para generaciones de ciclistas que sueñan con reinar en Flandes o imponerse en los tramos adoquinados de Roubaix. Conocer su historia, sus obsesiones y su forma de vivir las carreras nos lleva a valorar todavía más la herencia cultural que impregna cada metro de pavé.

La historia, sin embargo, no se queda anclada en el pasado. Hoy en día, nombres como Wout van Aert, Mathieu van der Poel o Tadej Pogačar encabezan el relevo y prometen batallas épicas en las clásicas de los próximos días, escribiendo nuevos capítulos que se suman al libro colectivo del ciclismo. Y, entre las leyendas contemporáneas más carismáticas, el ya retirado Peter Sagan ha ocupado hasta hace un par de años un lugar destacado gracias a su talento, su triple campeonato del mundo y su carácter desenfadado. Para entender cómo se ve el ciclismo desde los ojos de un protagonista actual, su libro Mi mundo nos invita a conocer cómo vivía el ciclismo el eslovaco, tan famoso por sus hazañas sobre el pavé o en los sprints como por sus maniobras extravagantes y su sentido del humor. Lo que hace especial esta lectura es la forma en la que Sagan relata no solo sus logros, sino también sus momentos difíciles, sus dudas y su filosofía ante la presión mediática. Se trata de una autobiografía que, pese a describir éxitos en carreras de todo tipo, guarda un cariño especial por las clásicas, escenario en el que el corredor de Zilina ha dejado huellas imborrables. Nadie olvida, por ejemplo, su victoria en el Tour de Flandes de 2016, un día que muchos señalan como uno de los más brillantes de su carrera o su París-Roubaix del 2019. Ambas, luciendo arcoíris.

Leer estas cuatro obras de Libros de Ruta es una forma inigualable de complementar la vivencia de las próximas carreras. Hay algo casi mágico en repasar la historia de las clásicas, familiarizarse con sus muros, sus giros míticos y sus parajes, y después ver en directo cómo los ciclistas de hoy intentan inscribir su nombre en el palmarés. Cada adoquín, cada colina y cada curva adquiere un significado distinto cuando sabes quiénes compitieron allí hace treinta, cincuenta o incluso cien años, y cuáles fueron las gestas que se quedaron grabadas en la memoria colectiva. Es como si la geografía cobrara vida y te susurrase los ecos de las batallas pasadas, invitándote a unirlas a las batallas presentes.

Mientras los ciclistas afinan sus piernas y los equipos ultiman estrategias, lo mejor que podemos hacer para prepararnos es nutrir nuestra imaginación y nuestro conocimiento. Tener a mano un buen libro sobre el ciclismo de ayer y de hoy es tan estimulante como enfundarse el maillot para salir a rodar unos kilómetros. Y es que, con la lectura adecuada, cada Clásica deja de ser un simple evento deportivo y se convierte en un capítulo vivo de una gran historia en constante evolución. No sabemos si este año veremos una exhibición incontestable, un sprint agónico o una cabalgada en solitario bajo la lluvia, pero sí tenemos la certeza de que, al conocer el trasfondo que la rodea, apreciaremos el desenlace con la misma veneración que merece todo acto heroico.