La épica de las Clásicas y las lecturas ciclistas imprescindibles para disfrutarlas al máximo

Libros de Ruta Merckx Monumentos Nuestros libros Sagan  2560px-Paris_Roubaix_2014_templeuve_peloton-300x199 La épica de las Clásicas y las lecturas ciclistas imprescindibles para disfrutarlas al máximo Cuando el invierno comienza a despedirse y los primeros rayos de sol asoman tímidamente en el horizonte europeo, la comunidad ciclista sabe que ha llegado uno de los momentos más esperados del año: llegan las Clásicas de Primavera. Estas carreras de un solo día, que se disputan en carreteras históricas y en escenarios tan diversos como el pavé belga, los muros flamencos o las colinas italianas, condensan la esencia más pura del ciclismo. No hay margen para errores que puedan enmendarse en jornadas posteriores, ni para reservar fuerzas con vistas a una clasificación general. Aquí, cada pedalada cuenta y cada ataque puede ser decisivo. Se trata de ciclismo en estado puro, lleno de heroicidad y dramatismo, en el que la tradición, la geografía y la pasión de los aficionados se entrelazan de forma única.

Resulta imposible no dejarse seducir por el ambiente festivo que envuelve estas carreras. En Bélgica, por ejemplo, el Tour de Flandes es casi una celebración nacional, con la gente apostada a pie de muro para animar a los corredores mientras apuran cervezas locales y ondean banderas al viento. En Italia, la Strade Bianche ha alcanzado en poco tiempo un estatus semimitológico gracias a sus carreteras de tierra y al encanto de la Toscana. Y en Francia, la temible París-Roubaix, con su infierno de adoquines, conjuga a la perfección el legado fabril del norte y el deseo de superación que define este deporte. En medio de este ambiente y de la expectación que se genera cada año, surge una pregunta inevitable: ¿qué hace tan especiales a las Clásicas de Primavera? La respuesta no solo está en la dureza de los recorridos, sino también en las historias que se han ido tejiendo a lo largo de décadas, historias escritas por leyendas vivas del ciclismo y por esas regiones que se vuelcan con pasión en cada edición.

Para los aficionados, este es el momento perfecto para enriquecer la experiencia con algunas lecturas que aporten contexto y profundidad a lo que vemos en las carreteras. En la editorial Libros de Ruta, especializada en libros de ciclismo, encontramos obras que capturan a la perfección la épica de estas carreras y la esencia de un deporte que va mucho más allá de simples cifras o resultados. Uno de esos títulos imprescindibles es Monumentos, un recorrido apasionante por las cinco grandes clásicas que todo ciclista y aficionado venera: Milán-San Remo, Tour de Flandes, París-Roubaix, Lieja-Bastoña-Lieja y Giro de Lombardía. Este libro nos revela cómo nació la expresión “Monumentos”, por qué estas competiciones son consideradas las pruebas más sagradas y qué factores históricos y geográficos han acabado moldeando sus trayectos y su mística. Sumergirse en sus páginas antes de que empiece la acción permite descubrir anécdotas legendarias, conocer a los héroes que escribieron el primer capítulo de la historia y saborear, con más intensidad, cada kilómetro que se dispute este año en carreteras ancestrales.

Ahora bien, el ciclismo no es solo leyenda ni solo monumentos. Existe también un componente humano y social que se despliega en cada carrera, donde los ciclistas pasan horas encerrados en el grupo, negociando relevos y protegiéndose del viento. Esa faceta más íntima aparece reflejada en otro libro muy recomendable: Pelotón, hogar. La carretera es un espacio efímero en el que se gestan alianzas pasajeras, se escriben códigos tácitos y se comparten sacrificios y celebraciones. Leerlo es adentrarse, a través de cuentos de ficción llenos de realismo, en un microcosmos que late al ritmo de las pedaladas y que nos ayuda a entender por qué, aunque cada uno defienda un maillot distinto, todos forman parte de la misma comunidad.

Hablar de clásicas es también hablar de Bélgica, territorio sagrado para los amantes de la bicicleta. Y mencionar Bélgica implica pensar, de forma casi inevitable, en Eddy Merckx, el corredor que revolucionó este deporte a finales de los sesenta y durante la década de los setenta. Conocido como “El Caníbal”, Merckx no solo cosechó victorias en grandes vueltas, sino que también reinó en buena parte de las clásicas, dejando un palmarés tan extenso que parece insuperable. Para entender la dimensión de su figura, pocas lecturas resultan tan reveladoras como Merckx, mitad hombre, mitad máquina. A diferencia de las típicas biografías que se limitan a enumerar triunfos, esta obra se sumerge en la mentalidad de un corredor perfeccionista y exigente consigo mismo, capaz de transformar el ciclismo en su vida y su vida en ciclismo. Con su historial de conquistas en Monumentos, su obsesión por entrenar y ganar, y su aura casi sobrehumana, Eddy Merckx encarna la tradición belga mejor que nadie. A lo largo de los años, él mismo se convirtió en la gran referencia para generaciones de ciclistas que sueñan con reinar en Flandes o imponerse en los tramos adoquinados de Roubaix. Conocer su historia, sus obsesiones y su forma de vivir las carreras nos lleva a valorar todavía más la herencia cultural que impregna cada metro de pavé.

La historia, sin embargo, no se queda anclada en el pasado. Hoy en día, nombres como Wout van Aert, Mathieu van der Poel o Tadej Pogačar encabezan el relevo y prometen batallas épicas en las clásicas de los próximos días, escribiendo nuevos capítulos que se suman al libro colectivo del ciclismo. Y, entre las leyendas contemporáneas más carismáticas, el ya retirado Peter Sagan ha ocupado hasta hace un par de años un lugar destacado gracias a su talento, su triple campeonato del mundo y su carácter desenfadado. Para entender cómo se ve el ciclismo desde los ojos de un protagonista actual, su libro Mi mundo nos invita a conocer cómo vivía el ciclismo el eslovaco, tan famoso por sus hazañas sobre el pavé o en los sprints como por sus maniobras extravagantes y su sentido del humor. Lo que hace especial esta lectura es la forma en la que Sagan relata no solo sus logros, sino también sus momentos difíciles, sus dudas y su filosofía ante la presión mediática. Se trata de una autobiografía que, pese a describir éxitos en carreras de todo tipo, guarda un cariño especial por las clásicas, escenario en el que el corredor de Zilina ha dejado huellas imborrables. Nadie olvida, por ejemplo, su victoria en el Tour de Flandes de 2016, un día que muchos señalan como uno de los más brillantes de su carrera o su París-Roubaix del 2019. Ambas, luciendo arcoíris.

Leer estas cuatro obras de Libros de Ruta es una forma inigualable de complementar la vivencia de las próximas carreras. Hay algo casi mágico en repasar la historia de las clásicas, familiarizarse con sus muros, sus giros míticos y sus parajes, y después ver en directo cómo los ciclistas de hoy intentan inscribir su nombre en el palmarés. Cada adoquín, cada colina y cada curva adquiere un significado distinto cuando sabes quiénes compitieron allí hace treinta, cincuenta o incluso cien años, y cuáles fueron las gestas que se quedaron grabadas en la memoria colectiva. Es como si la geografía cobrara vida y te susurrase los ecos de las batallas pasadas, invitándote a unirlas a las batallas presentes.

Mientras los ciclistas afinan sus piernas y los equipos ultiman estrategias, lo mejor que podemos hacer para prepararnos es nutrir nuestra imaginación y nuestro conocimiento. Tener a mano un buen libro sobre el ciclismo de ayer y de hoy es tan estimulante como enfundarse el maillot para salir a rodar unos kilómetros. Y es que, con la lectura adecuada, cada Clásica deja de ser un simple evento deportivo y se convierte en un capítulo vivo de una gran historia en constante evolución. No sabemos si este año veremos una exhibición incontestable, un sprint agónico o una cabalgada en solitario bajo la lluvia, pero sí tenemos la certeza de que, al conocer el trasfondo que la rodea, apreciaremos el desenlace con la misma veneración que merece todo acto heroico.

Mathieu van der Poel, el rey del ciclocross

Actualidad Ciclocrós Libros de Ruta Reflexiones personales  1184px-Mathieu_van_der_Poel_Dubendorf_2020-300x259 Mathieu van der Poel, el rey del ciclocross Mathieu van der Poel lo ha vuelto a hacer. No es una sorpresa que haya ganado el Mundial de ciclocross, pero hace una década parecía imposible que alguien igualara el récord de Erik De Vlaeminck con su séptimo título. Un registro que parecía intocable, un número que solo los más fanáticos del barro se atrevían a mencionar sin soltar una risa nerviosa. Pero aquí estamos: Van der Poel ya no solo es el mejor de su generación, sino que ha alcanzado la altura de los dioses del ciclocross. Y eso, amigos, no es cualquier cosa.

La pregunta es inevitable: ¿cómo se compara el neerlandés con el mítico belga? ¿Quién ha sido más dominante en su época? Vamos a echar un vistazo, sin miedo a meter los pies en el barro, como corresponde.

Erik De Vlaeminck, el pionero del ciclocross moderno

Para entender lo que hizo Erik De Vlaeminck en su tiempo, hay que retroceder a finales de los años 60 y principios de los 70, cuando el ciclocross todavía era una especialidad marginal fuera de Bélgica, Francia y Suiza. De Vlaeminck no solo lo convirtió en su hábitat natural, sino que lo llevó a un nivel que nadie había visto antes.

Entre 1966 y 1973, el belga ganó siete títulos mundiales en ocho años. Solo se le escapó el de 1967, cuando Renato Longo le arrebató la victoria y su primer título llegó en el País Vasco, concretamente en Beasain. En aquella época, el ciclocross no era tan profesional como ahora. Había corredores que lo combinaban con la carretera, otros que lo usaban como entrenamiento invernal y, sobre todo, no existía la especialización extrema de hoy en día. Además, Erik no era un tipo que solo brillaba en los circuitos embarrados de Bélgica. También tuvo una notable carrera en la carretera, llegando a ganar una etapa en el Tour de Francia. Pero su legado es, sin duda, el de haber elevado el ciclocross a un deporte de culto en su país.

Mathieu van der Poel, el artista que lo hace todo fácil

Comparar épocas siempre es complicado. El ciclocross de ahora no tiene nada que ver con el de los años 70. Los circuitos son más artificiales, el material ha evolucionado una barbaridad y la preparación es completamente distinta.

Sin embargo, si hay algo que une a Van der Poel con De Vlaeminck es su dominio absoluto. El neerlandés ha tardado más en llegar a los siete títulos, ya que su primer Mundial lo ganó en 2015 y desde entonces ha tenido algunos altibajos, sobre todo por culpa de un tal Wout van Aert, su gran rival de estos años. Aun así, cuando ha estado en forma, nadie ha podido pararle.

Van der Poel tiene una forma de correr que parece sacada de un videojuego. Hace cosas que parecen imposibles, como si la gravedad y la fatiga no fueran con él. Su capacidad para acelerar en cualquier momento, su técnica en los descensos y su dominio de la bici en los terrenos más complicados le han convertido en una referencia absoluta.

Pero lo que le distingue de De Vlaeminck es su versatilidad. El belga fue un ciclocrossman puro con alguna incursión en la carretera. Van der Poel, en cambio, es un todoterreno: ha ganado Monumentos como la Milán San-Remo, el Tour de Flandes o la París-Roubaix y un Mundial de carretera. Ha sido campeón del mundo de gravel y solo se le resiste el título en el mountain bike y los Juegos Olímpicos. Es el ciclista definitivo de la era moderna, capaz de competir al máximo nivel en varias disciplinas sin que su rendimiento se resienta.

¿Quién es el mejor?

Aquí es donde las comparaciones son odiosas. De Vlaeminck fue el mejor de su tiempo en ciclocross, sin discusión. Van der Poel, por su parte, no solo domina en el barro, sino que ha trascendido el ciclocross para convertirse en una estrella mundial del ciclismo en general.

Si miramos únicamente los Mundiales, la igualdad es total: siete títulos cada uno. Pero si ampliamos el foco, la balanza se inclina a favor de Van der Poel. Su palmarés en carretera no tiene comparación con el de De Vlaeminck, y su impacto mediático es mucho mayor. Aun así, los más puristas del ciclocross siempre tendrán un argumento a favor del belga: su dominio fue más prolongado y se produjo en una época en la que el ciclocross tenía más incógnitas, menos tecnología y muchas más adversidades.

Los otros grandes nombres del ciclismo

Van der Poel y De Vlaeminck han hecho historia, pero no han sido los únicos en dejar una huella imborrable en este deporte. Si echamos un vistazo a la historia del ciclismo, encontramos muchas figuras que han marcado una era:

  • Eddy Merckx: «El Caníbal», el ciclista más dominante de todos los tiempos. Cinco Tours, cinco Giros, una Vuelta, siete Milán-San Remo… la lista de su palmarés parece un inventario de museo.
  • Bernard Hinault: El último gran campeón a la antigua, con cinco Tours y una mentalidad implacable. «Si sufres, que no se note», decía.
  • Fausto Coppi: El héroe de la posguerra, el primero en hacer del ciclismo algo más que una carrera de resistencia. Su elegancia sobre la bici sigue siendo legendaria.
  • Miguel Indurain: Cinco Tours consecutivos con una frialdad que parecía de otro mundo. Nadie ha dominado la Grande Boucle con tanta autoridad desde entonces.
  • Marianne Vos: Probablemente la ciclista más completa de la historia, capaz de ganar en carretera, ciclocross y pista con una facilidad asombrosa.
  • Peter Sagan: Un genio del espectáculo, tres veces campeón del mundo y uno de los corredores más carismáticos de la era moderna.

Cada época tiene sus referentes, sus dominadores y sus historias que contar. Van der Poel ha escrito otra página dorada con su séptimo Mundial, pero en el ciclismo, la historia nunca se detiene. Habrá más campeones, más récords y más gestas. Porque si hay algo que nos enseñan estos corredores es que siempre hay otro reto esperando en el horizonte.

Rik Van Looy y la París-Roubaix

Actualidad Ciclismo Ciclismo profesional Libros de Ruta Monumentos Nuestros libros  800px-Rik_van_Looy_1962-226x300 Rik Van Looy y la París-Roubaix Hoy hemos conocido el fallecimiento de Rik Van Looy, uno de los grandes de la historia del ciclismo. Tanto que hasta se le conoce por dos apodos, Rik II y el Emperador de Herenthals. Due el primer ciclista en hacerse con los cinco Monumentos, aunque por aquel entonces no gozaban del estatus que tienen ahora. No obstante, sus más de 400 victorias le avalan. Una cifra inalcanzable hasta que llegó, cómo no, Eddy Merckx.

Para conocer mejor qué tipo de ciclista era y cómo se las gastaba, hemos recuperado para este blog un extracto del libro Monumentos de Peter Cossins, en el que se cuenta cómo consiguió Rik Van Looy su primera victoria en la París-Roubaix, así como unas ediciones posteriores: Leer más